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La certeza de una mujer gatuna

“yo me oculté del mundo para tallar tu imagen,
para darte la voz,
para poner dulzura en tu saliva.”

Juan Gelman

Cuando esa gata se despierta, tiene la cara hinchada tal como los humanos. Y si estira el cuello para atrás, y abre de par en par la boca (como si fuera la escotilla de la luna), no parece que esté bostezando sino, despertando el día.
Cuando esa gata toma los primeros traguitos de agua su dueña, desayuna.
Cuando reclama mimos con la espalda contra el suelo, su dueña piensa: panza para arriba, la vida, no es nada miserable.
Y cuando llega la hora en que la mujer se va al trabajo suele decirle: “ya vuelvo”, con la certeza gatuna de que volverá, con la certidumbre de que no será necesario intercambiarle seis vidas a la muerte, con la convicción de que sus pasos la traerán de regreso hasta la panza de su gata.
“Ya vuelvo”, le dice maullando. Y la gata no dice nada, porque es una gata, o casi.

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