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Clara Cendres y los nudos

“Se juntaron en una
sus alas enemigas
y anudaron el nudo
de la muerte y la vida”

Gabriela Mistral

Clara Cendres no entiende algunas cosas, por eso, una vez escribió esta carta…

Estimado Efraín Lisardo Tertulino:

Verá usted que estuve observando la moda por lo ajustado que parece fascinar al mundo; y no, no la entiendo.
No entiendo tanto embeleso por lo apretado, por lo estrecho.
Ajustan la existencia con cinturones; la inocencia a los zapatos, con cordones. No crea Usted que yo estoy a favor de los tropiezos o de los accidentes graves, pero, ¿son necesarios cuatro nudos en las sandalias?

Mujeres distinguidas — saliendo de la misa—, ajustan el hambre a sus conciencias.
Ellas, también, ajustan la juventud perdida con hebillas de plástico y, con tres colores en los párpados, atan su ceguera a la falta de altruismo.

Pero esto no es cuestión femenina, no Señor, he notado que “ellos” también, están fascinados.
Sí, hombres de todos los tamaños, ajustan su reputación haciendo alto y estrecho, el nudo de sus corbatas.
Atan su hombría ignorante a las mujeres fragmentadas. Sí, Ellos, atan los ojos a la “cola”, a los “pechos” o —en el mejor de los casos—, a las “piernas” de la tele.
Ellos ligan, con los botones de sus sacos, las esperanzas más tibias a la desgana; y como si fuera poco, con sus palos de golf atan los sueños, a la indolencia.

Hasta las plazas son atadas con rejas, haciendo temblar de frío a los árboles. Si pudieran seguramente —quienes nos gobiernan— atarían también la lluvia y hasta la cola de veinticinco gatos a los adoquines, por manifestarse con vida en nuestras calles.
¿Se imagina usted tortugas desatadas ganándole a más de una liebre corrupta?

Atan la pesadez y el analfabetismo, a la columna de los niños con mochilas pesadas, ¿acaso no se puede aprender con un cuaderno, una goma y un lápiz, desanudados?
Atan el amor a la mentira, los amantes.
Atan la estupidez a la indecencia, los discursos oficiales.
Atan la verdad y la ternura, a la estrechez de pensamientos, quienes con la avaricia pecadora anudan, los pliegues de sus sotanas.
Fíjese Efraín Lisardo Tertulino, que yo, yo quiero:

Yo quiero niños desatados,
cabellos desatados,
almas desatadas,
libertades gritadas,
obviamente, desatadas.

Pensamientos desatados,
locuras poéticas desatadas.
Corajes anónimos, desatados.

Antes que la mano en puño
a mí, me gusta la mano
que entrelazada a otra,
es —de tanto amor— mano desatada.

Es que a mí,
a mí
me gustan las miradas desatadas,
los edificios bajo el sol, desatados.
Las enredaderas trepando por la pared,
desatadas.
Y ¿por qué no?
hasta ¡los paquetes de acelga, desatados!

Estrujan, aprietan y amarran la esperanza a la muerte, los que con palos anudan moretones, a las flores manifestantes de la gente.

Yo le pregunto, mi buen Efraín, ¿Qué pensaría su madre de sus ataduras contribuyendo a esta fascinación global y mediatizada? ¿Qué rumiaría su santo padre si viera que su hijo amarra, de esta manera, uniéndose a tan nefasta causa?
Sí, Usted, mi querido ata — como si la vida le fuera en ello—, mi paciencia en sus nudos.

Medítelo Efraín, medítelo.
Clara Cendres.

Efraín Lisardo Tertulino —el verdulero de Clara Cendres— cuando la ve, anuda sus mejillas coloradas al recuerdo de esta carta.
Eso sí, las bolsas se las da abiertas… todas, desatadas.

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